“El hombre es un lobo para el hombre”, afirmaba el filósofo Thomas Hobbes para recordar la tendencia de los seres humanos a luchar los unos contra los otros.
Desde luego, la mirada lobuna del caballero sentado frente a mí en la zona de embarque del aeropuerto muerde. “Alejaos rebaño de borregos”, parece decir en su lenguaje sin palabras. Quizás tenga un mal día o es uno de esos tipos tóxicos agresivos que circulan con su metralleta de hostilidad cargada, lo que es seguro, es que el señor en cuestión ha decidido que su frustración por el retraso del vuelo es culpa del prójimo. ¡Todo el mundo le cae mal!
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¿Te ha sucedido que, en ocasiones, te levantas con el pie izquierdo y todo te molesta? ¿Has percibido alguna vez que los demás son superficiales y estúpidos? ¿Te has sentido un bicho raro por odiar a la humanidad? ¿Quieres, como Mafalda “que paren el mundo que me quiero bajar”? Si has respondido que sí a alguna de estas preguntas no te preocupes, la explicación más probable es que seas víctima del estrés, del cansancio o de la sensación de no ser entendido.
“Caer mal o bien” es una actitud que sirve para regular la proximidad que estamos dispuestos a permitir a los otros seres humanos. Es algo intuitivo, una sensación basada en detalles tan ínfimos como la ropa que llevan, cómo hablan o sustentada en prejuicios tan serios como su género, su color de la piel o su credo. El cerebro avisa desde lo más profundo del sistema límbico: la amígdala se activa porque alguien le da mala espina.
SESGO NEGATIVISTA
Este odio a la humanidad se consolida gracias al poder del lenguaje. Hay formas de engancharnos a los pensamientos negativos que hacen que nos acerquemos a los demás de una forma poco constructiva.
En virtud del llamado sesgo de negatividad, las expresiones negativas captan la atención de la mente y producen una respuesta emocional inmediata mientras que las positivas no lo tienen tan fácil. Un simple “está bien” no genera mucho entusiasmo, mientras que “está mal” nos impacta enseguida.
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Christine Liebrecht, de la Universidad de Tilburgo, y su equipo publicaron en el ‘Giornal of Language and Social Psychology’ su investigación sobre este desfase lingüístico. En el estudio los sujetos intercambiaban opiniones sobre un restaurante. Los que pensaban que la comida estaba buena tenían menos peso que los que la criticaban porque estaba mala. Seguro que el hallazgo no te sorprende, basta leer los comentarios de los demás en cualquier red social, en general, las palabras negativas causan una mayor impresión que las positivas.
La explicación de las investigadoras es la siguiente: generalmente en las relaciones personales nos expresamos en positivo, un “bien” suele ser el punto de partida, por esta razón los enunciados negativos parecen tener más fuerza ya que raramente se pronuncian en un contexto social.
Estos comentarios hostiles hacia la humanidad sirven para cargarnos de razones rápidamente y justificar el rechazo hacia las personas que no queremos pasar por alto bajo ningún concepto. Cuando consideramos que los problemas vienen de los demás, acaban por caernos mal por todo lo que hacen. Para las personalidades muy dependientes la negatividad temporal hacia el prójimo es la única forma de permitirse un tiempo y un espacio propio: mientras dura el enfado pueden mantenerse alejados.
EFECTO ESPEJO
El problema surge cuando juzgar a nuestros semejantes como personas que no merecen la pena dura demasiado tiempo y se convierte en un hábito. En estas situaciones el hecho de que te caigan mal los demás puede ocultar el temor a ser rechazado y, como mecanismo de compensación, uno mismo rechaza previamente.
Sigmund Freud se refirió a esta conducta como “la expresión del mecanismo de defensa de la proyección”: se evita sentir en uno mismo un malestar emocional y se pone en otra persona (se proyecta). Nuestra propia emoción pasa a ser vista como algo perteneciente al otro. En definitiva, odiar a alguien significa odiar en su imagen algo que tenemos nosotros mismos (también se proyectan emociones positivas como en el enamoramiento).
Jacques Lacan fue un psicoanalista francés que habló del estadio del espejo, una etapa que se produce en los niños entre los seis y los dieciocho meses. Estos infantes, al verse por primera vez en el espejo completos, sienten alegría. Este es el momento de la formación del yo del sujeto.
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Lo que resalta Lacan es que el reconocimiento de la propia imagen especular, ocurre con ayuda de y en relación a otro semejante. A partir de ese momento nos conocemos a través de las relaciones con los demás que se convierten así en nuestros espejos (y nosotros en espejos de nuestros semejantes). Por lo tanto, cuando nos encontramos con alguien que nos cae muy mal debemos preguntarnos qué tiene que ver conmigo esta persona, qué es lo que me molesta tanto y por qué, antes de dar por hecho que el mundo está en nuestra contra.
ENVIDIA Y RESENTIMIENTO
Algunas veces son el rencor y el resentimiento que no cicatrizan y persisten en el presente los que convierten a los otros en vagos, superficiales, insensibles, ignorantes o descuidados y al juzgarlos de tal manera tenemos vía libre para descargar en ellos nuestro mal rollo.
Otras, no nos podemos permitir hacer lo mismo que esa persona o, sencillamente, deseamos lo que el otro tiene y eso desata la ira y la frustración. En vez de reconocer la malsana envidia y transformarla en valoración o en una emoción proactiva, tendemos a generar un sentimiento negativo hacia el que creemos nos hace sentir mal.
Cuando todo el mundo te caiga mal piensa en estos aspectos porque quizá estés poniendo en los demás tus propios fantasmas y miedos en afrontar la vida, o tal vez, esperes que alguien te rescate y te cuide como cuando eras un niño.
Los seres humanos necesitamos a los semejantes y es cierto que en ocasiones más allá de nuestro estado podemos topar con personalidades difíciles, egoístas o narcisistas, pero lo importante en estos casos es que podamos manejar nuestras emociones sin que nublen nuestro juicio.
Por fin llegó el momento de la salida del vuelo retrasado y el ofuscado caballero se levanta hacia la puerta de embarque no sin antes dirigirme una cómplice sonrisa de alivio. ¡este lobo se acaba de convertir en cordero! Thomas Hobbes, todavía nos queda la esperanza en los seres humanos.
Isabel Serrano-Rosa es psicóloga y directora de EnPositivoSí.
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